Mario Benedetti En cenizas derribado
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Voz: Manuel López Castilleja • Música: Barber_Adagio for Strings • Youtube.com • Por tercera vez sueña con la mesa pulida y larga, y aquellos diez o doce rostros que lo enfrentan, unos interrogantes, otros agresivos y otros más con ojos indiferentes, tal vez vacíos. El sueño tiene rupturas, vaivenes, y a veces expresiones e imágenes aumentadas, como para que su memoria de soñador las fije y así pueda recuperarlas cuando despierte. Curiosamente, tiene una oscura sensación de que está soñando y sin embargo no quiere todavía despertar. El gesto de Olmos, allá en el fondo, con su ostentosa carpeta de cuero labrado y una pila de expedientes a su derecha, no es de comprensión ni tolerancia sino de implacable juicio. Va tomando cada expediente, lo abre, y enseguida le lanza preguntas estridentes, de extremo a extremo de la mesa pulida, y esto qué, y esto otro qué, eh, eeeeeeeh. Y cada vez que él comienza a desenrollar un argumento, el coro de los directivos lo frena, no expresa sino tácitamente, porque nombra y repite rubros contables: Deudores a Cobrar, Resultados de Explotación, Acreedores Varios, Cuentas de Orden. Y allí sobreviene una suerte de flash con el rostro de Clara y él comienza a explicar sus razones, exclusivamente para ella, pero el coro de los directivos sube de tono y los Deudores a Cobrar, los Promitentes Compradores, los Acreedores Varios, impiden que él escuche con nitidez la respuesta de Clara, y solo con intermitencias va detectando que quizá ella le esté diciendo te quiero así, te quiero íntegro, te quiero hombre de principios, te quiero así. Es claro que para ser precisamente así, él tiene que hallar un medio, una forma, un sistema, destinado a mostrar sus argumentos, un espacio para explicar convincentemente cómo y por qué apuesta por la esperanza, eso es, la esperanza, palabra suficientemente ambigua ya que tiene vestigios de Jesús y de Marx, de teleteatro y de academia de ciencias, palabra suficientemente ambigua como para que esos pétreos se ablanden, o por lo menos empiecen a dudar de la infalibilidad de su esclerosis. Pero no hay espacio, y solo cuando Olmos hace un gesto autoritario el coro de los otros se llama a silencio, pero él ya no puede hablar porque es Olmos quien lleva la batuta y con una voz afiladísima, que corta el humo de los cigarrillos hasta alcanzarlo como una bofetada, pronuncia por primera vez la frase que desde ya tiene el aire de un futuro estribillo, en un basurero, ahí va a terminar usted, en un basurero, y cambiando luego el tono, pero sin bajarlo, lo conmina a explicar su increíble generosidad con bienes ajenos, porque así es fácil conseguir el apoyo laboral qué duda cabe, y el coro aplaude mientras silabea Pér-di-das-a-en-ju-gar, y Olmos detiene el apoyo, unánime y divertido, solo con levantar las cejas pobladísimas y negras, y él nunca ha podido explicarse cómo Olmos puede levantar las cejas sin que se le frunza el ceño, lo ha probado innumerables veces frente al espejo y jamás lo ha logrado y su ridículo intento ha hecho reír abundantemente a Clara, que solo se pone seria cuando le dice por entre la neblina te quiero así. Olmos, en cambio, ello es evidente, no lo quiere así. Olmos lo quiere aquiescente y chupamedias, anuente y lameculos, en realidad no puede soportar que esté al margen del coro que ahora dice Inmuebles en Construcción, Letras de Cambio, y de inmediato Resultados de Explotación, pero esto último mediante un crescendo de la voz colectiva, más o menos como cuando en el himno se llega al Tiranos Temblad. En algún momento del sueño siempre aparece el petiso Suárez repartiendo el café y entonces sí que se hace un discreto silencio a fin de que el personal no vaya a enterarse del relajo en las altas esferas, silencio como ahora, porque efectivamente el petiso llega con su bandeja y va dejando un pocillo delante de cada uno de los titulares y los suplentes, pero a Olmos le deja además un vaso de soda con dos cubitos de hielo, y a él en cambio no le deja nada, ni tampoco esperaba que le dejaran algo, pero el petiso no tiene la culpa, sencillamente cumple órdenes y por eso, cuando pasa junto a él con la bandeja vacía, le susurra perdóneme yo habría querido traerle a usted también un pocillo, pero entienda que no puedo arriesgar así nomás mi salario, tengo mujer, tres hijos, y además una suegra infecta, pobre señora, a la que, como bien dice el contador Ferlosio, hay que incluirla en Pérdidas del Ejercicio Anterior.
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